Doble ración y media de anorexia

 

¿Es la frivolidad el camino para cambiar la esencia de todo aquello denunciable? ¿Quién le pone puertas a la provocación? ¿Por qué ha tenido que volver el viejo gurú publicitario de los 90? ¿Por qué lo llaman arte cuando se trata de un hueso indigerible? ¿Por qué tanta superficialidad, tanta caradura encubierta de fondos redentores?

Ilumínenme ustedes, se lo ruego: ¿qué grado de reflexión aportan las campañas de Oliverio Toscani? En serio, digo. Porque su último hallazgo, la campaña “No-anorexia. No-lita”, con la osamenta de la modelo Isabelle Caro al aire, me parece el colmo del mal gusto, del armarla porque sí: el récord de la inhumanidad.  Que sí, que sí, que la chica ha dado su consentimiento… pues nada, hombre, aplaudámosla por el grandísimo favor que está haciendo a millones de mujeres acomplejadas, a millares de niñas empavadas, a todos los imbéciles que nunca seremos andróginos planos, pero que, aun así, soportamos las miserias de la moda con carita de resignación. ¡Viva la enfermedad, si es que es susceptible de convertirse en show! Oliverio ya lo hizo con un hombre agonizante de sida hace casi 20 años… y sí, desde luego, cambió mucho nuestras conciencias, ya se ve. Sólo hay que leer las estadísticas: los adolescentes ya no hacen el burro y los enfermos terminales reciben atenciones y consuelos por doquier, gracias a Toscani, ese buen samaritano.

Lo saludable para la marca Nolita y para todos hubiera sido realizar un cartel con cinco o cuaranta y cinco chicas, desde una delgadita a una rellenita, normalizando la normalidad y destripando el apartheid que suponen las tallas actuales, con sus pantalones para marcianas y esos tops para vecinitas sin respiración. Pero claro, da mucho más bombo sacar a una chica cadavérica que tiene anulada (o casi) su voluntad por un problema gástrico de primer orden.

Maldito mundo éste que, donde sólo cabe añadir algo de sentido común, se abraza aún com más fuerza al impacto superficial para amenizar cuatro charlas de café. A mi modo de ver, Oliverio, te has lucido. Una campaña tan útil como un reloj parado: acierta la hora dos veces al día. Bien poco me parece para tanto aspaviento. Y qué feo tomar prestados los huesos de una chica para enarbolar tu bandera pirata.